La noche en que Javier Arenas forzó el acuerdo de gobierno entre PP y Pacheco se abrió una bifurcación diferente hacia el futuro y Jerez se adentró en su particular agujero de gusano para desembocar en este presente de titulares y manchas
La última vez que entrevisté a Pilar Sánchez fue una semana antes de las elecciones municipales de 2011. Supongo que era consciente de que estaba agotando sus últimas horas en aquel despacho. Una de sus respuestas, que se envenena ahora desde una lectura actualizada, la delataba: “Hemos hecho un buen trabajo y la historia pondrá a cada uno en su sitio, más pronto que tarde”. De momento, no ha sido así. El paso del tiempo le ha negado a esta ciudad la perspectiva de valorar lo hecho por los exalcaldes de la ciudad como consecuencia de su empeño -¿sinónimo de obligación?- por judicializar la vida política, por llevar a los tribunales sus propias rencillas convertidas en odios particulares. Hay quien, inevitablemente, se asoma al pasado reciente para apuntar en esa dirección como la causante de una situación casi rocambolesca -sin merma de la propia acción de la justicia-, con dos exalcaldes ya en prisión y otra exalcaldesa pendiente del proceso abierto por la Gürtel y su vinculación con Jerez. En realidad, tal vez haya que ir más atrás, a la noche en que Javier Arenas forzó el acuerdo de gobierno entre PP y Pacheco, la noche en que se abrió una bifurcación diferente hacia el futuro y Jerez se adentró en su particular agujero de gusano para desembocar en este presente de titulares y manchas, que lo son también para la ciudad, no sólo para sus protagonistas. En cualquier caso, de nada vale ya preguntarse qué habría sido de Jerez sin aquel pacto de madrugada, porque de nada le sirve ahora a Pilar Sánchez, salvo para lamentar más aún su actual destino.