"Es peor de lo que me imaginaba. Yo nunca he estado en un hospital en estas condiciones. La gente no sabe cómo trabajamos: haciendo malabares para encontrar camas y respiradores, pero no, no me arrepiento de haberme venido. Me parecía también que tenía que hacerlo un poco por responsabilidad. Ni de coña mi conciencia me hubiera dejado estar en casa viendo lo que está pasando y a compañeros de 60 años haciendo guardias y dando la cara. ¿Cómo no lo voy a hacer yo con 32?”. Son palabras de Olga.G.A, una médico jerezana especializada en Medicina Intensiva que cuando vio cómo se complicaban las cosas en Madrid renunció a su contrato en el hospital de Ronda para irse a la zona cero de la pandemia y a un hospital -cuyo nombre prefiere reservarse- con más de 1.500 camas y el 90% de pacientes con Covid. Le hicieron un contrato de tres meses directamente “algo impensable en Sanidad” y que demuestra “que haces mucha falta aquí”.
Se buscó un piso con dos sanitarios más de Jerez amigos suyos: Irene M.F, enfermera de 32 años, que trabaja en una planta de Medicina Interna, y Francisco G.L, cardiólogo de 38 años y que lleva viviendo también en Jerez desde los 18 años, aunque es jienense. Él está en el servicio de Urgencias. Los tres van a hospitales distintos. Olga y él dejaron su puesto en Ronda y Ceuta e Irene compatibilizaba varios empleos de prevención de riesgos laborales y los perdió tras decretarse el estado de alarma. Desde esta última semana, los tres comparten un piso típico de alquiler vacacional en Madrid pero a precio de pandemia.
Olga empezó el martes, en una UCI con 100 pacientes con Covid-19, y el jueves tuvo su primera guardia de 24 horas. Al menos le quedan otras seis más este mes, más el turno de mañana. Pero ella prefiere ir día a día. Eso sí, atiende a este periódico a las pocas horas de terminar y reconoce que no recuerda nada igual y eso que está “entrenadilla”, tanto en guardias como en experiencia, de ahí que en casa se lo hayan tomado con “deportividad”, aunque con la lógica preocupación.
Y es que pese a su juventud, sabe lo que es trabajar en un hospital en Tanzania o estar en una misión en el Mar de Alborán a bordo del Open Arms. Pero, como recalca, nada es comparable con lo que está viviendo estos días. “Es que no sabría ni explicártelo, no parar en 24 horas, una situación que no he visto nunca y que espero no volver a ver. Ves algo que nunca te planteaste vivir en tu país: un sistema sanitario colapsado y ves que ahí podría estar tu padre. Hay que vivirlo. No sé cómo estaremos dentro de tres meses cuando esto vaya acabado”, consciente de que lo que está ocurriendo “va a marcar un antes y un después en la vida de todos”.
A estas jornadas maratonianas, se une la presión de trabajar con la tensión de contagiarse porque ella ese miedo lo lleva a cuestas desde que entra por el hospital. “Tengo miedo constantemente a contagiarme las 24 horas de la guardia. Sólo veo los pacientes que van mal, con lo que mi visión es sesgada y me lavo las manos 90 veces al día, mirándote si has tocado esto..te entra la inseguridad. No es lo suficiente para que me paralice, pero sí temo que me ocurra algo o me tenga que quedar en cuarentena en casa”, señala. Llevar puestos los equipos de protección es vital pero lo dificulta aún más todo. “Es una sauna por dentro, pasas calor, la mascarilla a presión, ayer a la una de la tarde me moría del dolor que tenia de las gafas y al quitarme el EPI tenía la cara marcada y las manos destrozadas de lavármelas”.
A Irene le ocurre lo mismo y no se libera hasta que no se mete casi en la ducha. “Estás constantemente pensándolo, hasta el punto en que te paras delante de la puerta al llegar a casa y piensas de qué manera lo hago para no tocar nada e irte directa a la ducha”. En su planta hay pacientes con coronavirus de todas las edades, también jóvenes, y muchos abuelos terminales que les piden que no se vayan de su lado. “Esta patología en parte es muy cruel, provoca problemas pulmonares que les hace sufrir mucho en los últimos momentos”. Y aunque reconoce que es “complicado” estar a su lado cuando llega el final, ella y sus compañeros se parten en dos y se cargan de trabajo para que no se marchen solos y poderles coger la mano. “Tienen miedo al no tener ningún familiar a lado, son personas; no son números”, señala. Pero también hay tiempo para alegrías y cada día más cuando comprueba que los enfermos vuelven a casa. “Cuando el otro día vi que de los 30 pacientes que tuve en mi guardia, a la mitad le habían dado el alta, me puse supercontenta”.
En poco tiempo Fran ha pasado del Hospital de Salamanca al de Ceuta y ahora a uno de Madrid. En el de Salamanca había más de 40 cardiólogos, así que cuando “saltó todo” se fue al de Ceuta, donde sólo había un profesional de esta especialidad. “Ya había estado antes y sabía que allí era donde hacía más falta”. La cosa seguía tranquila y viendo cómo estaba la situación en Madrid y que necesitaban médicos en Urgencias, empezó a moverse. “Me sentía frustrado. Me hervía la sangre de no hacer nada, de estar trabajando y ganando dinero sin ver pacientes”. Pese a lo que está cayendo, dice que se esperaba aún más caos y se ha encontrado una unidad "muy organizada" aunque por ella pasen al día más de 100 pacientes. Sabe lo que es trabajar en tensión, ha estado con Médicos sin Frontera en África, atendiendo a víctimas del terremoto de Haití...pero “a esto no se acostumbra nadie. Esto me impresiona bastante más, porque es a nivel mundial, porque no es sólo es la ciudad donde estoy, es mi país, es mi gente".
Los tres tienen por delante muchas horas en las "trincheras" del coronavirus pero, ¿consiguen desconectar cuando vuelven a casa?Cuando se les pregunta son tajantes: "el coronavirus es el monotema", y tanto es así que, aunque ninguno pierde el sentido del humor, el poco tiempo libre que tienen lo pasan estudiando y consultando en internet. "Estamos estudiando muchísimo más que normalmente para ver cosas que se pueden mejorar, tratamientos de los hospitales que llevan la delantera, mejora de protocolos, leyendo vídeos explicativos, teniendo feed back con médicos. Desconectamos psicológicamente de la tensión, del trabajo, pero no del coronavirus".