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Martes 16/04/2024  

La Pasión no acaba

El día que Tejera...

Ese día se cerrará mi círculo para siempre y tendrán sentido las lágrimas del hombre que me engendró cuando aquella tarde (ay abril de mi alma) me llevó por...

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Ese día se cerrará mi círculo para siempre y tendrán sentido las lágrimas del hombre que me engendró cuando aquella tarde (ay abril de mi alma) me llevó por primera vez a la plaza de toros más hermosa del mundo y, orgulloso, me dijo: hijo, aquí la tienes. Es la Real Maestranza, la plaza que hace feliz a tu padre, el lugar en el mundo en el que me siento más yo, el templo del Faraón, los arcos que enmarcan mis sueños, el pañuelo de muchas de mis lágrimas, la isla en medio del océano, la muralla con la que defiendo las cosas del alma, el puerto en el que atraco y amarro para permanecer hasta el arrastre de mi último pensamiento. Aquí está, hijo, la Real Maestranza. Mírala. Quiérela como yo, siéntela dentro de ti. Ella reina en mi corazón de aficionado a los toros. La quiero llena y vacía, las tardes de fiesta y las de visita turística. La quiero cuando ruge y cuando calla, cuando llora y cuando ama. De día, de noche, de madrugada. Aquí la tienes, hijo mío.

Y cuando levanté mis ojos hacia él, observé (cincelado lo tengo en las entrañas) dos lágrimas templadas haciendo el paseíllo por el rostro de un hombre que en ese preciso instante inoculaba en su hijo un amor de estoque y poesía, de certero puyazo en el alma, de fiesta grande y muleta chica. Cerró los ojos. Creo que le pidió al cielo que yo captara aquella realidad que latía en su pecho, aquel veneno que le vencía y le convencía. Yo hubiera retenido para siempre aquel rostro, congelado ahora en mi memoria. Pero no pude. Mis ojos tenían apenas siete años y los suyos me quedaban a una altura tan extraordinaria como las banderas que ondeaban coronando aquel recinto que pasó a ser catedral de mis emociones.

Ese día se cerrará mi círculo. Sucederá en esos mismos tendidos. Cuando la banda de música del Maestro Tejera ataque por primera vez las notas del pasodoble que lleva mi nombre, cerraré los ojos y se encontrarán con los suyos, con los ojos de mi padre, que jamás pudo enterarse de que aquel hijo que llevó por primera vez a los toros se hizo mayor, ejerció el periodismo y fue un aficionado constante y enamorado; que hizo de la Maestranza su idilio perfecto y que cada tarde que puso los pies en ella recordó las lágrimas altas como torres gigantes de su padre. El día que Tejera haga sonar el pasodoble que lleva mi nombre será el mejor homenaje al hombre al que recuerdo cada día de mi vida, cada vez que me levanto y cada vez que cierro los ojos. El día que Tejera haga sonar ese pasodoble todo tendrá sentido y para él será toda mi emoción, mi recuerdo y mis temblores. Para él serán mis lágrimas. Para mi padre. Porque nunca supo que fui tan aficionado, que la banda sonó en mi honor en la plaza de toros más hermosa del mundo. Y es que todo, absolutamente todo, se lo debo a él...y a su manera tan dulce de llorar cuando me cogió la manita y me enseñó la plaza de la Maestranza como quien presenta a su amor más grande.

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