Acudiré como el peregrino regresa al camino que le hizo llorar, como el vencedor se asoma al campo de batalla. Iré a la Plaza Nueva con la ilusión joven de encontrar un libro viejo. Llegaré a la esperanza en punto, justo cuando alce el telón ese aroma de permanencia en estantería, de sueño largo y reparador en el mismo lugar aguardando que unas manos. Me pondré delante de los lomos, las letras, las hojas y los montones. Y allí, en ese lugar idílico donde habita la luz, volveré a ser feliz otra vez. Qué bien puesta está, tras el nombre de libro antiguo de la feria, la hermosa palabra ocasión. Es, ciertamente, una ocasión memorable, única, magnífica para ser feliz.
Lo imagino. Una sucesión de casetas repletas de libros antiguos, amarillentos algunos, sobados otros, todos manoseados y veteranos en viajes, trayectos, salones y soledades es -para personas como yo- como un quiosco repleto de chucherías para un niño, una especie de paraíso en el que llenarse las manos, mancharse el corazón, chuparse los dedos de las horas de lectura, meterse en los charcos de los versos, pisar el barro de la historia y actuar todas las horas del día como si no te importara el mundo, con la misma tranquilidad de quien se sabe cuidado y custodiado.
La Plaza Nueva será otra vez vieja, y fresca, y sugerente. Ellos, los libreros de antiguo, gestionan emociones, custodian historias y son guardianes de millones de horas de reencuentro con el alma. Los profesionales de la cultura que se reúnen, en más de 40 espacios con estantes, a partir del viernes en Sevilla son defensores de la cultura, gentes de paz y de letras, de leer para vivir y vivir para leer.
Ya me veo andando en círculo, viendo y revisando cada montoncillo de lomos, cada puñado de libros, estampas, revistas y recuerdos. Ya me veo soñando, mirando, leyendo y comprando. Ya me veo, sí, observando con una sonrisa el hermoso cartel de Teresa Guzmán que invita este año, más que nunca, a salir de la pandemia y de los miedos. Ha llegado la hora de sonreir leyendo, de leer mientras sonreímos, de echarnos los textos a la cara y la literatura al corazón, a pecho descubierto.
Necesito acariciar las hojas viejas de una experiencia nueva, tocar como toca un novio la piel de un sueño que se cumple, acercar los dedos a la savia nueva del árbol de la vida. Quiero encontrar algún tesoro, como siempre. Y contárselo al mundo, y ser feliz con mi nueva compra de vuelta a casa. Quiero volver al día siguiente. Y apostar por la cultura, por las librerías de siempre que dan la cara y a menudo se las parten. Quiero levantar mi copa por esos libreros y gastar mi dinero en sus casetas. Por eso estoy nervioso. Porque necesito que empiece la fiesta.
Bienvenida feria, yo te estaba esperando. ¿Bailamos?
