Una oración mía

Publicado: 11/11/2020
Autor

Víctor García-Rayo

El periodista Víctor García-Rayo es el presentador y director del programa La Pasión de 7TV Andalucía

La Pasión no acaba

Dedicado al alma de

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La veterana vecina del Tiro de Línea no es la hija del Señor Cautivo que se refleja en la ventana del tiempo. La señora hace, en el cuadro, las veces de madre..
La veterana vecina del Tiro de Línea no es la hija del Señor Cautivo que se refleja en la ventana del tiempo. La señora hace, en el cuadro, las veces de madre de un hijo por el que no pasan los años mientras las arrugas invierten los calendarios de manera que la fe muestre su rostro infantil para que la carne (mortal siempre) viaje de manera inexorable hacia la búsqueda de la tierra definitiva. Esa señora siente a Dios como obra suya, de su vientre, de sus entrañas. Y ese Padre, que la conoce como hija, siente el mimo verdadero de alguien que sólo ama de esa manera a quien parió aquellos días de dar a luz, que es lo mismo que dar al amor.


Cuando Fernando Vaquero pinta, está rezando. Sus cuadros suenan a credo, a salve, a padrenuestro. La creación pasa por darle existencia a la nada y Vaquero amasa los pigmentos al óleo como quien entona una rosario. Un cuadro suyo es siempre una oración mía.


Una obra de Vaquero es una permanente despedida, un adiós. Algo se marcha en sus lienzos como si escapara para siempre del instante para el que fue creado. Ya no está la Virgen en la explanada santa, ya se fugó el Cristo de la Caridad de unos brazos que no viven en San Andrés. Ya se apagó la luz aquella del nazareno arrodillado. Todo es permanente y fugaz. Por eso hiere y deja huella. Los cuadros de Fernando tienen la virtud de la constante inmediatez, de una soberbia actualidad, como si jamás se marchara el repeluco. Cuentan que son obras oscuras, pero yo siento sus relámpagos. Cuando ves un cuadro suyo incluso por enésima vez, sigue conservando la capacidad de morderte.   


El concepto tenebrista de Vaquero se sustenta en el manejo universal (y personal) que hace de la luz cuando sugiere los golpes de foco en los puntos exactos. La luz ha de estar, no de encender, ha de existir, no de iluminar. La luz no tiene que dar luz, pero no debe faltar. La luz es, pero no siempre enciende la llama. Estamos, seguramente, ante uno de los autores más brillantes en el uso de las brillanteces. Debe ser, pienso, la catarata de verdad que vomita la fe.


Por Santa Genoveva hablan y no callan. Un pintor ha plasmado al Cautivo sin paso, sin Parroquia, sin cofradía, sin nazarenos, sin gente, sin calle...pero todo está presente en el cuadro. Le ha bastado hacer llorar a una señora que parece -en lugar de hija- la madre del hombre al que estamos a punto de abandonar. Sí, en el cuadro están el paso, la Parroquia, la cofradía, los nazarenos y la gente. Están en la conversación, en la mirada, en el reflejo. El mundo es una ventana abierta a la fe, al amor más grande. Yo he vuelto a asomarme. Y me ha hecho rezar porque un cuadro suyo es siempre una oración mía.

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