Durante el confinamiento, los intelectuales de todo el mundo se han esforzado en caracterizar, desde una óptica general, al sistema en el que vivimos para denominar a una inesperada realidad global impuesta por un virus invisible a simple vista, que no tiene vida propia. No todos coinciden.
Los artistas, arquitectos y urbanistas preocupados más por el contenedor que por el continente, buscan la forma de adjetivar la ciudad provisional en la que hemos estado confinados más de dos meses y seguiremos con sendas normas de comportamiento hasta que, al menos se acierte con algún tratamiento idóneo para detener la pandemia y se fabrique una vacuna. La mayoría ha encontrado ayuda en la palabra latina muy socorrida en situaciones similares del pasado: post (coronavirus). La simple adjetivación no aclara ni ayuda, tampoco la reiteración con respecto a: sostenibilidad, crisis ecológica, cambio climático, crecimiento de la población urbana y vaciamiento de los antiguos pueblos ligados al campo; hechos no ocasionados por el virus.
En grandes rasgos, la ciudad actual es un gran centro de consumo cada vez más poblado y expandido bajo principios de las 4D (distinta, dispersa, despilfarradora y depredadora). Despilfarra desaforadamente los cuatro elementos de la vida, aúpa el cambio climático, acumula negativas consecuencias puestas en evidencia durante los dos meses largos de confinamiento mundial.
Los sistemas: financiero, político, de gestión incluso de planificación, en los que se apoya la construcción de la ciudad física actual, no han cambiado ni, a corto plazo cambiarán. La generación de energía continuará dependiendo en gran medida de los combustibles fósiles, el plástico aumentará su volumen en el mar, el suelo productivo se seguirá esterilizado con cemento, la contaminación del aire aumentará debido al transporte terrestre y sobre todo aéreo, la escasez del agua será cada vez más frecuente y la privatización de los servicios públicos se mantendrá por razones financieras. Los políticos ya lo saben.
Durante el confinamiento la ciudad ha quedado paralizada. La mayoría de vecinos ha permanecido en viviendas con espacios comprimidos, convertidas de hecho en contenedores, poco agradables para una estancia obligada de dos meses. Una minoría ha gozado de la ciudad dispersa, insostenible: urbanizaciones exclusivas, grandes parcelas con servicios garantizados, equipamiento y amplios espacios habitables. Con un índice de consumo de suelo superior a 500 metros cuadrados por habitante. Vendrán cambios, sí. Como siempre, pensados para beneficiar a quienes tienen más de lo suficiente.