“El sentido no es algo que haya que inventar o construir, pues ya está de antemano y nos viene como apreciación reflexionada de las cosas”, sostiene en un correcto español, su cuarta lengua, este filósofo, escritor y traductor, de 53 años, que estuvo la semana pasada en Madrid y en el País Vasco para hablar de El sentido de la vida.
“Para mí ese sentido consiste, en primer lugar, en la capacidad de abrir el sentido propio de la vida y abrir nuestros sentidos a la vida”, declaró a Efe.
“El sinsentido está por supuesto, pero hay que hacer algo con él, hay que transformarlo como lo hace cada vida”, y “si es sabia una célula que combate al enemigo para sobrevivir, también ante un diagnóstico de cáncer es posible confiar en la curación”, explicó en una entrevista telefónica, poco antes de regresar a Canadá.
Francófono de Québec, Grondin estudió en Heidelberg y Tubinga (Alemania) y en la actualidad dirige investigaciones sobre la historia de la metafísica y la hermenéutica.
El sentido del que él habla está ya en la cosas, como se habla por ejemplo “del sentido del viento, de un grito, de una música o de una corriente que te lleva consigo”, según sus palabras.
“El sentido está en lo que sientes” y “permite a las cosas ser lo que son”.
Así, “la vida humana no es sólo una pasión inútil”, indica frente a la famosa expresión de Jean-Paul Sartre.
Albert Einstein ya dijo que “lo único incomprensible es que el mundo sea comprensible”, frase que recoge Grondin tratando de expresar este particular “sentido” que él da al término: “Si la aspiración al sentido está en la vida, podemos suponer que en la vida humana está también”.