Se supone que yo ya lo tengo que saber: “
Yo sólo os tomo las bebidas, como siempre”. Sonríe
er chavá y marcha.
El
bar Cervantes, el de los excelsos
caracoles, cambia de ubicación. Ahora está en la
Peña Flamenca de Punta Umbría. Si la cocina no ha variado, con el sitio ganamos. No es que el otro no tenga su cosa. Un bar que era taberna y que, poco a poco,
se ha hecho un hueco en el verano por dar de comer de maravilla.
El sitio de siempre es en medio de
casitas bajas de veraneantes de los 70. Casitas que no son nada del otro mundo, pero que tienen su encanto con su terracita y su calle peatonal en medio con arbolitos.
Pero en la peña hay más sitio, más sombra. Hasta fresquito corre hoy como un regalo inesperado.
Ahora sí, llega el camarero de las comandas de comida. Respira, sonríe. Toma postura. Respira.
Y canta la carta como el arcángel San Gabriel. Con ese punto de iluminación preciso en labores divinas como la que se nos viene encima.
Primero enjareta los mariscos. Esos deseables entrantes que azuzan la gazuza y enervan el buen gusto. Almejas finas de Portugal, mariscadores reconvertidos a submarinistas, a dos metros y con sal (como con los
longuerones en la bajamar).
“A cuarenta euros el quilo, se las están rifando los restaurantes”. Las coquinas no, porque desde Galicia hasta aquí están ovando y no se puede.
¡Los
gambones! Y hace el gesto que todos estamos esperando con ganas… alarga el dedo y corta con otro a la mitad de la mano lo que ya en nuestras mentes es un gambón preparado para el servicio militar.
Gambas que te quitan el sentío, pa rematá.
Las ensaladas van después.
La pobre, la de papaliñá y tomates de verano que, para mí, es la estrella de la casa… ¡después de
cabrillas y caracoles! Ensaladas fresquitas,
refresquitas, para refrescar.
La
ensaladilla de pulpo aparece como un vendaval tentacular. Esta tapa, media, ración completa, la vende como si no hubiera un mañana, a sabiendas de que no le queda. Porque no le queda. Una y otra vez insiste en el sabor que derrite al paladar más exigente ¡pero si no le queda!, ¡qué sufrimiento!
“Está mu rica pero no la tengo… me la piden mucho, pero no la tengo… si ustedes supiesen… pero no la tengo”, insiste sin poder salir de ese bucle en unos segundos que se hacen eternos y azarosos. Y, claro, ellos que comen a las cinco y que lo que le apetece a él es una ensaladilla de pulpo, que no la tiene, y se la come tan a gusto, pero no hoy, porque no la tiene…
Al final, y para que el sinsentido culmine como Dios manda,
nos trae una tapa gratis, porque hasta ahí sí tenía.
Los
pescaos en Punta Umbría, a nada que te lo propongas, están todos de vicio. Sobre el pez espada insiste: que no es el de cartón que te ponen por ahí. Luego todo frito sin sobrante de aceite. Y no por ahorrar sino porque quién quiere ese
grasota sobre el plato. Las puntillitas lo mismo de lo mismo.
Aceite ni para derrochar ni para cargar el paladar. Lo justo.
Si la ensalada ya nombrada es lo más de lo más, por encima sólo están los famosos
babosos, arrastraos y cornudos. De hecho, el Cervantes es también conocido por
el bar de los caracoles. Hoy las que me tienen absolutamente
obnubilado y patitieso son las cabrillas con
salsa de tomate que, así lo barajamos con perspicacia,
trocitos de almendra gasta para darle un toque que yo qué sé. Que le da algo especial. Que sí, que no vengo de nuevas. Pero las cojo a deseo y ese sorber y lamer y… el
pan viajando por la salsa de la vida. Un poco picante, con mucho sabor… ¡uuuuh!
Cuando la retajila lleva bailando en su boca unos diez minutos, para,
templa, suspira, rebusca en el caletre y, con algo de desesperación cómica, exclama en silencio:
“mi mujé me va a reñí, porque se me va a olvidar algo seguro”… qué disparate. O sea que, tras este magnífico relato gastronómico, que ya querrían Los 5 bilbaínos o Los Xey, con su
Buen menú, hacerle sombra a este hombre que no cuenta, sino que embriaga y engolosina… ¡todavía hay más!
Pero la mujer, sin solución previsible en el horizonte, le va a reñir. Porque eso está escrito en el destino de un arcángel con memoria milagrosa, pero no infalible. ¡Ave María Purísima!