No estaba destinado a la agricultura en su Chiclana natal como el resto de la familia y entró como voluntario en la Marina con un compromiso por cuatro años en 1955. Pero no fueron tantos y de alguna forma, la Marina lo puso en un camino que el talento natural convertiría en una aventura venturosa.
Tras pasar por el Centro de Instrucción de Marinería (CIM) fue destinado al destructor Císcar, que al estar navegando en aquellos momentos esperó cumpliendo servicio en el Galatea, un buque parecido al Juan Sebastián de Elcano propulsado por carbón.
Cuando embarcó en el Císcar estuvo en Guinea Ecuatorial, “donde los negritos estaban muy orgullosos de ser españoles”, pero a la vuelta enfermó y fue trasladado al Hospital de San Carlos donde estuvo tres meses.
Y ahí hay dos hechos fundamentales en su vida. Primero, que antes de embarcar se había dedicado a hacer las compras para la Marina, que entonces se hacían en el Mercado Central que era todo lo contrario a lo que es en la actualidad.
Segundo, que había entablado amistad con los propietarios del puesto 48-50, doña María y don José. Doña María le llevaba a San Carlos alimentos elaborados con los huevos que se rompían y la amistad prosiguió tras obtener el alta hospitalaria.
La Marina no lo reincorporó y entre la opción de volver al Pago del Humo a seguir viviendo de la agricultura, optó por la que le ofrecía el matrimonio y pasó a trabajar en el Mercado, en el puesto 48-50, como lo hacían entonces los chicucos del norte.
“Dormía en la parte baja del puesto en el coy (un trozo de lona o tejido de malla en forma de rectángulo que, colgado de sus cabezas, sirve de cama a bordo de los barcos) que me había traído de la Marina”.
No hubiera sido mala cosa vivir en el campo porque en contra de lo que se pudiera creer, la ciudad era más dura para vivir. En el campo, en aquellos tiempos de mucha hambre, se practicaba la caza en una zona en la que abundan las liebres, por lo que “comíamos carne varias veces a la semana”. Todo un lujo en la ciudad.
Pero se quedó en San Fernando y pasado un tiempo, doña María y don José, los dueños del puesto del Mercado, le ofrecieron una tienda en la calle San Rafael, el primer negocio que estuvo enteramente a su cargo.
Mientras tanto su madre, sabedora de que dormía bajo el mostrador del puesto del Mercado, se puso en contacto con un primo suyo “teniente coronel o coronel, no recuerdo”, que le proporcionó una casa en la zona del Cristo.
A partir de entonces ya no estuvo solo porque su madre se trasladó a San Fernando junto a su hermano Francisco, que era el más pequeño y su hermana Ana. Sólo se quedaron en Chiclana su padre y sus hermanos mayores.
Empresario nato
Pero Ángel Aparicio Segundo, que así se llama el protagonista de esta historia, había heredado las facultades para los negocios de su madre y buscaba otros derroteros. Así que decidió dejar en manos de su madre -“que era un lince para los negocios”- la tienda de la calle San Rafael y montó un tienda de tejidos.
Abrió la tienda La Amistad en el centro de la ciudad sin tener ni pajolera idea del negocio, pero contó con la ayuda de un amigo de Chiclana, Diego Gómez, quien le recomendó a un chaval que tenía en su tienda para que lo ayudara en los primeros pasos. Comenzaba la verdadera trayectoria del empresario y quedaba atrás la del tendero.
Hizo una inversión en telas de 150.000 pesetas y en la auténtica “mina” que era entonces la Plaza de abastos, comenzó a aprender mientras trabajaba, moviéndose con la clientela en función de las circunstancias. “Hacía y deshacía, lo ponía más barato o más caro”. Y desde luego, con los mejores precios.
Eso le ocasionó problemas con los propietarios de tiendas como La Saldadora o con los González, pero abogados de por medio incluidos, hubo un arreglo.
En tanto su madre había dejado la tienda de San Rafael y había cogido un local en la calle Real para poner una zapatería, que no fue bien. Ahí fue cuando nació Tejidos y Zapatos Aparicio, el germen de lo que hoy es Confecciones Aparicio, ese negocio que lleva más de sesenta años abierto con plantillas que entran y se jubilan allí.
No fue la única actividad a la que se dedicó porque a pesar de la dificultad para mantener un negocio durante tantos años, uno solo era demasiado para quien había heredado de su madre ese olfato empresarial.
Rafael Sollero, director del Banco de Bilbao, vio en Ángel Aparicio un inteligente hombre de negocio y lo apoyó en la actividad inmobiliaria. Invirtió y bien en locales y Aparicio, ya como marca de éxito en San Fernando, fue mecenas de artistas, de ciclistas e incluso puso en pie la primera galería de arte de San Fernando, la Galería ERA.
Ya en sus viajes no dudaba en entrar en una galería de arte y comprar alguna que otra obra, otra forma de inversión y para remate su hijo, Antonio Aparicio Mota, Antonio Mota, ya había despuntado como escultor.
Ángel Aparicio Segundo ha dejado en San Fernando una historia de superación, de inteligencia y de colaboración con la ciudad. Construida además desde debajo... del puesto 48-50 del Mercado.
Sesenta y un años al frente de ‘Aparicio’
El empresario chiclanero e isleño de adopción, Ángel Aparicio Segundo falleció el miércoles 19 de este 2020 a la edad de 86 años. Junto a su esposa Rosario Mota abrieron las puertas en el año 1962 del establecimiento Confecciones y Tejidos Aparicio ubicado en la calle Real 181.
Fue pionero del asociacionismo empresarial y presidente de la Asociación de Comerciantes de San Fernando (Acosafe) durante un mandato.
Tras 60 años al frente del negocio, ha sido todo un referente del comercio isleño, pero también por su gran implicación y solidaridad con los más necesitados.
En el mes de mayo, el proyecto 'Ayúdame a Ayudar', liderado por el isleño Fernando Sainz, reconoció a Ángel Aparicio como ‘Solidario 2020’, con el fin de agradecerle su entrega y solidaridad durante los momentos más críticos de muchos isleños al comienzo de la pandemia de la covid-19.
No es la única acción de este tipo que debería llevar el nombre de Aparicio. Hay mucho más en lo que la mano derecha nunca supo lo que hacía la izquierda.