La conferencia inaugural del 250 aniversario del nacimiento de la Real Isla de León como villa, con ayuntamiento propio, comenzó con una reprimenda del doctor en Historia, Juan Torrejón Chaves, a modo de advertencia, conocimiento y debido cumplimiento de cómo saber y cómo contar aquella parte de la historia de la ciudad.
Se dirigió a los medios de comunicación -en descargo de los cuales hay que decir que cuentan lo que les cuentan sin la obligatoriedad de ser historiadores cada redactor de un medio- y citó todos esos errores que se han venido diciendo y escribiendo desde que el 250 aniversario del nacimiento de la Villa salió a la luz pública como un compendio de actividades que se realizarían a lo largo de este año en curso.
Es incorrecto hablar de “Cádiz, ciudad matriz de San Fernando”. Lo es hablar de “segregación de La Isla de Cádiz”. También es un error hablar de los 250 años “de la creación de un ayuntamiento propio segregado del de la ciudad de Cádiz”.
Y ya un pecado mortal decir que “La Isla formaba parte de Cádiz” o que “fue un momento de fractura, de ruptura”; que “La Isla fue Cádiz… hasta que el Rey dispuso que fuera independiente del Cabildo gaditano”. Eso, entre otras perlas.
Menos mal que los textos proyectados que iban recogiendo lo que decía el conferenciante se titulaba errare humanum est… en una condescendiente disculpa a aquellos que no siendo doctos en la materia, acudían con la intención de conocer los hechos verdaderos contemplados documentalmente, como mandan los cánones de la historiografía.
O sea, los que acudieron, si hubiera sido el caso, con propósito de enmienda. Por eso –que también apareció en la pantalla- de que “equivocarse es parte de la naturaleza humana; sin embargo no puede ser un factor atenuante para persistir en el error”.
¿Qué ocurrió y por qué?
¿Qué ocurrió y por qué ocurrió? Esas son las dos preguntas que Juan Torrejón puso sobre la mesa para fundamentar una conferencia que contó con una afluencia inusitada en el auditorio Lázaro Dou del Centro de Congresos Cortes de la Real Isla de León.
Lo que ocurrió fue que el 11 de enero de 1766, hace 255 años, declara a la Real Isla de León –que ya era real- villa, “atendiendo a que no puede dilatarse por más tiempo la formación de ayuntamiento”.
Ese “no puede dilatarse por más tiempo” es precisamente el quid de la cuestión, antes que ningún otro, porque el porqué es en este caso lo más importante. Más que el qué ocurrió. Lamentablemente, ese documento real que suponía el nacimiento de la Villa se ha perdido y sólo se guarda la copia.
A lo largo de la conferencia salieron a relucir los elogios al rey Carlos III calificándolo como el “gran benefactor” de La Isla, algo que no se niega, pero con permiso de Juan Torrejón, tiene en el porqué de esa decisión una buena dosis de interés, por cuanto la decisión no obedece a una gracia real a La Isla sin más, sino a cambio de los servicios que La Isla debía prestar a lo que era a todas luces una nueva visión de la España de la época en lo que se refiere a la marina.
Pero la isla, todavía en minúsculas, como accidente geográfico, no comenzó a ser lo que es en 1766. Independientemente de su pasado tan trimilenario como el de Cádiz, era un terreno señorial que iba pasando de mano en mano en función de las prácticas de aquellos tiempos y que reflejan, además, que la que luego fue Isla de León no siempre fue del mismo dueño, sino objeto de dádivas, ventas y compraventas hasta que se agregó a la Corona el 31 de mayo de 1729, lo que se considera un hecho trascendental al dejar de ser tierra de señoríos.
El 14 de noviembre de 1408 –fecha que Juan Torrejón toma como punto de partida- fue donada por Juan II de Castilla a Juan Sánchez de Zuazo (o Suazo), cuando se conocía como Isla de la Puente, en manos de esta familia permaneció hasta el 17 de febrero de 1490, cuando Juan de Zuazo la permutó a favor de su cuñado Rodrigo Ponce de León, I duque de Cádiz y III conde de Arcos.
El 18 de marzo de 1516, y tras ser sacada a subasta pública, fue vendida por el I duque de Arcos a Miguel y Rafael Fonte por un precio de 825.000 maravedíes y el 28 de marzo de 1520 se hizo la operación al revés; Rafael Fonte la vendió al primer duque de Arcos.
Existen mapas de diversos autores, desde el Atlas de Ortelius de 1570 que se conserva en el Real Observatorio hasta el de Juan Blaeu, de 1662, quien compró las planchas de Ortelius, cada uno destacando lo que le interesaba de La Isla, e incluso se conoce un caso en el que la ficción supera claramente a la realidad.
Del plano de Frederick de Wit, de 1670, copia Fray Jerónimo de la Concepción su plano y su libro propagandístico de la ciudad de Cádiz que costó un dineral de aquellos tiempos, pero que a cambio aseguraba el insigne monje que la Virgen María era de madre gaditana y que los Reyes Magos salieron de Cádiz con destino a Belén.
“Lo de las chirigotas de ay mi Cádiz, Cádiz de mi alma ya lo hace Fray Jerónimo arrebatadoramente”, apunta Torrejón.
Y mientras más dinero le llegaba al fraile, más trascendente había sido y era la ciudad de Cádiz en la historia de la humanidad. Eso sí, el plano “es veraz. Le debieron pagar muy bien”, dijo el conferenciante.
De unos a otros
En cierto modo, La Isla fue como la falsa moneda, porque el 19 de diciembre de 1521, menos de dos años después, el primer duque de Arcos vuelve a venderla a Rafael Fonte por 2.000 ducados, que eran 750.000 maravedíes. O sea, que se había desvalorizado con el paso del tiempo.
Pero no queda ahí el trasiego de propietarios. El 17 de mayo de 1527 es de nuevo traspasada –en este caso en concepto de dote- por la familia Fonte a Jácome Voti y unos seis años más tarde, el 19 de febrero de 1533, los Voti y los Fonte la volvieron a vender a la casa ducal de Arcos por el mismo precio de la última transacción. Entonces fue cuando realmente La Isla pasó a dominio del ducado de Arcos hasta 1729, cuando pasa a la Corona.
Juan Torrejón hizo un repaso por los distintos mapas en los que está representada La Isla –así, con ese único nombre- y por algunas de las peculiaridades que albergaba y se dibujaba en función del interés de los cartógrafos.
La Isla en la que se centra en el castillo y en el puente Zuazo o La Isla que obvia el castillo pero que deja ver su tradición marinera y las formas en la que los habitantes de la época salvaban la barrera artificial que para la navegación suponía el puente.
Esto es, desarbolando los barcos para que pasaran por los vanos del puente y recomponiéndolos tras su paso, para lo que se valían de cabrias y que denotaban una actividad constructora en el carenero original del Zuazo.
Y por qué no decirlo, mapas en los que se hacía referencia a actividades desconocidas y que a día de hoy hasta podrían servir para presumir ante poblaciones de la comarca que se arrogan el privilegio de ser denominaciones de origen.
Porque La Isla, en uno de los mapas, era reconocida como Nobilisima hispaniae vina hic nascuntor, lo que traducido resulta “los más nobles vinos de España aquí nacen”. Como para que tosan.
En ese punto es cuando Torrejón vuelve al porqué de la decisión del benefactor de La Isla –interesadamente, pero benefactor- y el punto de inflexión, segundo tras la decisión de Felipe V de integrar las tierras en la Corona, el paso del señorío jurisdiccional al realengo el 31 de mayo de 1729 y el nombre que adquirió y con el que llegó a convertirse en villa, la Real Villa de la Isla de León. Hasta entonces La Isla, la Isla de Zuazo, la Isla de León, había sido de dominio señorial. “Nunca hubo otra jurisdicción. La ciudad de Cádiz ni pinchó ni cortó”.
¿Qué había hecho Cádiz hasta entonces? Fundamentalmente impedir que La Isla creciera. En 1651 prohibió que se construyesen casas o que si se construían, que formaran aglomeraciones e incluso de avisaba de que las construidas serían derribadas, los propietarios perderían la propiedad y los albañiles que las construyeran, enviados a galeras.
Las cosas se suavizaron algo en 1697 cuando se intentó comprar la propiedad del dique de Arcos con la amenaza de poner demanda que llegó al Supremo Consejo de Castilla. En Castilla desestimaron la demanda y la apelación posterior y todavía hubo un nuevo intento de compra “mediante un buen ajuste”. Pero no pudo ser.
Una vez que La Isla pasó a la Corona, la ciudad Cádiz intentó que se le agregase la jurisdicción, pero el 23 de octubre de 1730, el Rey “mandó que la jurisdicción se agregase al Gobernador político y militar de la ciudad de Cádiz, con facultad de poner en ella un Teniente Corregidor”.
Ahí es donde aclara Torrejón un asunto de suma importancia. “Si esto no lo lee un historiador se puede interpretar que la jurisdicción se agrega a la ciudad de Cádiz, pero no es así. Se agrega al Gobernador político y militar de la ciudad de Cádiz que es un cargo del rey”.
Elegir al Patrón
A partir de la constitución del ayuntamiento propio de la Real Villa de La Isla de León llegan las primeras decisiones de los capitulares, entre ellas la elección de un patrón, como era natural en aquellos tiempos.
Los vecinos con derecho a voto fueron los que eligieron a San José para tal menester en un ejemplo de participación ciudadana –dijo Torrejón dirigiendo una ligera mirada a la alcaldesa, Patricia Cavada (o eso pareció)- y no por la peste de 1800 o cualquier otra causa. También salió a relucir, aunque no salió el nombre de San Nepomuceno, patrón de la Infantería de Marina e incluso hubo un voto que propuso a San José como patrón y a San Nepomuceno como copatrón.
Mientras tanto la ciudad de Cádiz había seguido requiriendo la jurisdicción de La Isla hasta que el 19 de junio de 1769 “pierde definitivamente la partida”, porque subyacía el porqué al que se ha hecho ya mención y que es hora de poner sobre la mesa.
El porqué de la villa
Para ello hay que conocer la situación en que se encontraba España en ese momento que no era de los más gloriosos, precisamente. “El 10 de febrero de 1763, tres años antes de la concesión de título de villa, se firma el tratado que ponía fin a la Guerra de los Siete Años y se sancionó la hegemonía marítima de Gran Bretaña. España recuperó La Habana y Manila y cedió la Florida con Pensacola y San Agustín. Pero la guerra había dejado al desnudo importantes carencias estructurales del Estado español”.
Y ahí está el gran mérito de Carlos III. En vez de quedarse a lamerse la heridas remodeló su gobierno para acentuar la tendencia reformista y aplicarla tanto a la modernización de las estructuras del Estado como de la sociedad española. “La Isla entró a formar parte de los grandes planes renovadores del monarca”.
De los secretarios de Estado que le había ayudado en el inicio de su reinado en España sólo mantuvo en su cargo a Esquilache y a Julián de Arriaga. Y el primero por poco tiempo. Pero Julián de Arriaga, secretario de Estado de Indias y Marina fue el encargado de hacer el análisis de lo ocurrido en la guerra con los británicos y el que comienza las reformas en la Armada cuyos postulados se habían demostrado ineficaces.
Una vez que la construcción naval de la escuela inglesa que hizo Jorge Juan no habían funcionado, se decide construir los barcos a la manera francesa y para ello se trae a Jean-François Gautier en 1765. Se reorganizan los arsenales y el nuevo sistema de construcción; se crea el Cuerpo de Ingenieros de Marina y se aprueba la ordenanza para el gobierno militar y económico de los arsenales.
La Armada en La Isla
Entre 1769 y 1760 –siempre con la oposición de la ciudad de Cádiz- se traslada a la Villa de la Isla de León el Real Cuerpo de Marina e incluso el Marqués de la Victoria propuso, ante el traslado de mandos y pertrechos a la villa, concederle el título de ciudad con el nombre de Carolina o San Carlos, nombre este último que tuvo y tiene lo que se construyó de uno de los proyectos militares más brillantes de la Europa Ilustrada, la población de San Carlos.
Ese era el porqué de todo, el porqué de 1766 para que naciera la Villa de la Real Isla de León y el germen de lo que ahora es la ciudad de San Fernando, con su ayuntamiento y “plaza real” que la calificó Torrejón y con el deseo del historiador de que la restauración del edificio sea un éxito y la plaza de conserve, si es posible “sin chorritos”, en alusión al proyecto que está sobre la mesa de los socialistas.
Y así fue -poco más o menos- lo que contó Juan Torrejón sobre La Isla y su historia, obviando el arriba firmante muchos entrecomillados pero dejando claro que lo que aquí se dice -salvo error u omisión- se escuchó en el auditorio Lázaro Dou de boca del doctor en Historia e isleño de pro.
Esta conferencia fue pronunciada en enero de 2016 dentro de los actos de la Real Academia de San Romualdo conmemorativos del nacimiento de la Real Isla de León con ayuntamiento propio.