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Martes 16/04/2024  

Sin Diazepam

Olivia, la educación es lo que nos queda

Olivia confirma la estúpida supremacía del macho, del oso pardo que asesina a su extirpe, del psicópata que busca el sufrimiento por encima de la razón

Publicado: 11/06/2021 ·
17:00
· Actualizado: 11/06/2021 · 17:22
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  • Tomás Antonio Giméno y sus hijas Anna y Olivia. -
Autor

Younes Nachett

Younes Nachett es pobre de nacimiento y casi seguro también pobre a la hora de morir. Sin nacionalidad fija y sin firma oficial

Sin Diazepam

Adicto hasta al azafrán, palabrería sin anestesia, supero el 'mono' sin un mísero diazepam, aunque sueño con ansiolíticos

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  • Escribo mientras mi amor descansa en su cama, acurrucada junto al pequeño. Escribo mientras el mayor de mis hijos desliza sus pupilas frente a la tele

Ante todo disculpen mi confusión. Uno, que se jacta de tener las ideas claras, uno que presume con ser diferente, se derrumba como cualquier otro ser humano. Uno ya no sabe a qué palabras acudir para describir la terrible actualidad que nos azota. Olivia, mi amor, nuestro amor, qué dolor. Olivia deja en un segundo plano el procés, las gilipolleces de Ayuso, las primarias del PSOE en Andalucía, el conflicto de la tasa de las salchichas inglesas. Olivia es todo a lo que nos enfrentamos. Olivia confirma que no es cuestión de raza, ni de religión, confirma que las malas personas no entienden de colores de piel, ni de ideologías, ni de religiones. La asesinó su propio padre, qué dolor.

Soy machista, pero jamás pegaría a mi esposa. Soy machista, pero jamás asesinaría a mis hijos. Soy machista porque me educaron en ello. Soy machista pero busco la redención en la acción de desaprender. Soy machista pero busco un mundo mejor porque sé que estoy, sé que vivo en un perpetuo error. Soy

Olivia confirma la estúpida supremacía del macho, del oso pardo que asesina a su extirpe, del psicópata que busca el sufrimiento por encima de la razón. Confirma que en la raíz de todo está la educación. Confirma que el horror y la maldad habitan en corazones independientemente de su nacionalidad y de su condición social.  Olivia, Olivia…

Escribo mientras mi amor descansa en su cama, acurrucada junto al pequeño. Escribo mientras el mayor de mis hijos desliza sus pupilas frente al televisor. Escribo y pienso que jamás habrá motivo que me lleve a reventarles el tiempo, a sacrificar su existencia. Escribo y no entiendo, no lo entiendo.

Escribo tras leer barbaridades en las redes, desde quienes culpan a la madre hasta quienes rascan votos ante el último estertor de la vida de una niña inocente. Escribo y me sangra el alma. Y me sangra la mirada. Hablan de feminismos, hablan de cadenas perpetuas, como quienes buscan la solución a un problema de subyace bajo la piel.

Soy machista, pero jamás pegaría a mi esposa. Soy machista, pero jamás asesinaría a mis hijos. Soy machista porque me educaron en ello. Soy machista pero busco la redención en la acción de desaprender. Soy machista pero busco un mundo mejor porque sé que estoy, sé que vivo en un perpetuo error. Soy machista pero sé que vivo en un error. Soy machista pero lucho por dejar de serlo.

Leo, pero no vivo entre libros. Leo, pero vivo en las barras de los bares. Leo, pero me alimento de lo que piensan mis contemporáneos. Leo, sobre todo las almas.

A mi izquierda, a mi derecha, debaten sobre qué hacer para evitar horrores tales. Solo entiendo que es la educación y aún así, será imposible erradicar que un psicópata nos adentre en el infierno y nos sacuda las entrañas. No hay penas de muertes que lo detengan, no hay libros de textos que lo eliminen. Pero apuesto por lo segundo, por una educación en igualdad, por acabar con el machismo que nos recorre por las venas desde la más tierna edad.

Olivia, ahogada a manos de su padre. Su padre al que ajusticiaba en una plaza pública si me dejara llevar por mis instintos. Un dolor que recorre España. Pienso en la madre y lloro. Pienso en la madre del padre y lloro. Pienso que no hay crimen más atroz que asesinar a tu descendencia para clavarle puñales a tu pareja.

Mis niños, mis hijos. Los miro, no hay nada que pueda hacer su madre para que les desee la muerte. No hay nada que pueda hacer su madre para que desee matarla. Porque desaprendo. Porque entiendo, porque me quiero, porque los quiero, porque la quiero por encima del cianuro de testosterona que nos inocularon en la infancia. Olivia, qué dolor dios mío.

¿Qué nos queda? Nuestros hijos, nuestras hijas. Educarlos en el amor. No en el puto amor al prójimo, sino en el amor a sí mismos. Que sepan que están por encima de las vicisitudes de la vida. Que sepan que son maravillosos, que sepan que valen lo mismo que la vida de los demás. Que es mucho, que es intangible ese valor. Que sepan que dañar es dañarse. Que sepan que matar a Olivia es matar a un país, a una madre, a una abuela, a sí mismo. Que sepan que no vale la pena. Que sepan que es imposible dañar sin dañarse.

Educar es el camino que nos queda.  

Y a los que buscan réditos políticos con este drama, que sepan que es el infierno lo que les espera.

Y a los retrógrados que no quieran desaprender, que sepan que es su aliento el que les desespera.

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