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El sueño rockero de Carmen Agulló Cornejo

La hija de una de las más notables cantaoras que ha dado Cádiz, Mariana Cornejo, deslumbra en su debut artístico al frente de la banda gaditana ‘La Tapadera’

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  • Carmen Agulló en los estudios de 7 TV, para participar en el espacio La Orilla. -

Hace 20 años que el grupo Extremoduro, con Roberto Iniesta a la cabeza, publicó su canción La vereda de la puerta de atrás. Esa canción que dice “y si fuera mi vida una escalera, me la he pasado entera, buscando el siguiente escalón”. Es la canción favorita de Carmen Agulló Cornejo. Al menos lo es estos días que ultima su nuevo concierto con su banda La Tapadera. Su banda de rock. Porque ahora Carmen se ha hecho rockera y disfruta de los escenarios con una deslumbrante naturalidad y emoción. Nada hacía presagiar que la tímida hija de Mariana Cornejo, una de las más notables cantaoras que ha dado el flamenco de Cádiz, la niña que pensaba que el gen del arte se había saltado una generación, iba a dar este volantazo a su vida. Que su siguiente escalón, como dice la canción, la llevara hasta el tejado de un sueño cumplido.

La vereda rockera de Meli, como la llaman sus amigos, no llega al año. Su inquietud musical, que alimentó alguna vez cantando canciones de Alejandro Sanz o Luz Casal de muy joven en algún karaoke, renació durante el confinamiento, cuando decidió apuntarse a las clases virtuales que ofrecía la Escuela de jazz de la Universidad de Cádiz. Después fueron presenciales. Y sus profesoras empezaron a detectar en ella un enorme potencial. “Estuve con Merche Corisco, Lara Bello, Verónica Díaz... y fueron ellas las que me animaron. La inquietud musical siempre la ha tenido, pero nunca pensé que podía servir para esto”, explica. Otro amigo, Santi Gallardo, fue el que la avisó de que una banda de rock, La Tapadera, estaba buscando a una vocalista. “Me preparé unos temas, hice una prueba, les gustó y, desde entonces, estamos juntos”, asegura ella. En sus primeros conciertos, como durante una concentración de Harley Davidson en El Puerto, en el Espacio Quiñones o este fin de semana en la Punta de San Felipe, se reconoce sorprendida y emocionada por lo bien que ha encajado y se ha sentido cantando. “He estado muy cómoda, he disfrutado mucho”.

¿Dónde nace la semilla del arte? ¿Existe un gen que favorece el talento? “Yo estaba convencida de que a mí ese gen me había saltado. Mi madre lo tenía y a mis hijos les encanta la música y se les da muy bien”, admite. Pero las leyes de Darwin no siempre son certeras. Mariana Cornejo (1947-2013) desarrolló su duende flamenco muy joven, pero, durante una gran etapa de su vida, lo tapó y lo guardó en algún desván para cuidar de su familia. Fue ya a una edad considerable cuando volvió a cantar, a sorprender con su desparpajo y naturalidad, a protagonizar anuncios, a hacerse un nombre entre las grandes del flamenco, a ejercer de símbolo de la alegría de Cádiz, centinela del tanguillo y de la gracia. “Mi madre fue artista desde pequeña, y lo retomó ya mayor. Tenía esa fuerza en el escenario que es muy difícil de explicar. Era algo que veías nada más abrir la boca. Su lema era dar lo mejor de una misma sobre el escenario. Entregarse”, recuerda emocionada su hija. Es la enseñanza que trata de aplicar en su conversión a artista. Ella ha cambiado los tubos de ensayo y los microscopios de los laboratorios del CSIC donde trabaja por las guitarras y batería de sus compañeros y por el micrófono que maneja con pasmosa soltura. “La música es un hobby, una afición. Tengo mi trabajo, y no puedo aspirar a ser como mi madre, que se me entienda, porque lo de ella era muy grande, pero es una ilusión enorme poder cumplir este sueño, sin que te importe el qué dirán, echando atrás los miedos”.

Meli cuenta que fue la muerte de sus padres el chispazo que le hizo darse cuenta de que la vida es esto. El ahora o nunca. Perdió el pánico a la exposición pública cantando en la chirigota callejera con sus amigas. Se apuntó a clases de canto. Y ahora es la voz de una banda de rock. “Yo animo a cualquiera que tenga una inquietud a intentarlo. Nunca es tarde”. De niña escuchaba mucho flamenco, el que le escuchaba a Mariana, pero también el rock que sonaba en el pub de su tío Pepe. “Mi madre disfrutaba mucho con Queen”, explica. “Si ella me viera, yo creo que estaría orgullosa. Lo único que no me dejaría es hacer el ridículo. Pero creo que estaría muy feliz de verme cantando”. Cuando se sube al escenario, sin darse cuenta, repasa lo aprendido de ella. Transmitir. Dar lo mejor sí misma. Disfrutar. Espantar los miedos. Cuántas lecciones de una madre emanan mientras canta a toda voz “y dejar de lado la vereda de la puerta de atrás por donde te vi marchar, como una regadera que la hierba hace que vuelva a brotar, y ahora todo campo ya”. 

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