España y Marruecos mantienen una relación tóxica, basada en la permanente cesión española sin conseguir nada a cambio desde que Franco reconociera la independencia del país magrebí en abril de 1956.
Durante la era contemporánea, Madrid ha tenido que extremar su cautela y tacto con el vecino del sur para evitar su enojo e irritación. En el otro sentido, sólo ha recibido desconsideraciones, presiones y promesas incumplidas desde Rabat. Ésa es la realidad. La visita del presidente Pedro Sánchez ha sido un ejemplo más. Esta vez ha tenido la
fortuna de que el
monarca marroquí Mohamed VI tuviera a bien recibirle y, como la Diplomacia española temía otra desconsideración real, pues no anunció el encuentro entre ambos hasta un par de horas antes de la reunión.
¿Qué ha conseguido España rompiendo una
línea roja de su diplomacia al asumir como propia la propuesta marroquí de autonomía para el Sáhara Occidental como “la base más seria, creíble y realista” para la solución del contencioso? Prácticamente, nada. Sólo un insuficiente control de sus fronteras en el tema de la inmigración y nulo en cuanto al tráfico de hachís.
Ha pasado ya un año de la reunión de alto nivel (RAN) entre ambos países y aún no se han abierto las
aduanas de Ceuta y Melilla, tal y como acordaron ambos países, pese a que España ya lo tiene todo listo, según reconoció el miércoles el propio Pedro Sánchez.
Tampoco se ha producido un reconocimiento explícito -ni lo habrá- sobre el respeto al
status quo territorial, es decir, la españolidad de Ceuta y Melilla. Los dirigentes de ambos países, obligados por la mínima
cortesía diplomática, suelen hablar de relación sincera y cordial, pero no lo es y, probablemente, no lo será.
Lo extraordinario de todo esto es que los mandatarios caminan por el sendero de la desconfianza, pero los
pueblos se entienden cada vez mejor. España es el primer socio comercial de Marruecos, aumenta el número de turistas españoles que visita el país magrebí y la comunidad marroquí que reside en nuestro territorio se acerca ya al millón de personas. La celebración del mundial de fútbol de 2030, que organizan conjuntamente ambas naciones -junto con Portugal-, será una magnífica oportunidad para ahondar en esas buenas relaciones entre pueblos porque, ya lo dice el proverbio, más vale vecino cercano que hermano lejano.