Hace más de un año que escribí sobre el box de Eu y Gema y cómo lo envuelve una manta de buen rollo, creatividad, energía, risas y sudor, mucho sudor. Lo que empezó hace un año como una obligación se acabó convirtiendo en el mejor método para combatir el estrés y la ansiedad diaria. Imagino que cada persona tiene una vía de escape para poder enfrentarse a esos sentimientos y evitar que se profundicen en su día a día y te absorban por completo.
Aquí no se contabiliza únicamente el tiempo de la sesión en el box, sino que el minutero comienza en el preciso momento en que inicias el cambio de ropa. Ahí tu mente ya sabe a lo que va, empiezas a barajar en tu cabeza las genialidades que han pensado poner en la pizarra porque, de todos es bien sabido, que si hay carrera, no te puedes poner las Metcon, ya que si no el baile flamenco está asegurado... bueno, eso, y que pesan un quintal.
Y llevas la indumentaria porque, aunque creáis que no, sí importa. Cuando inicias en ese box acabas motivándote de tal manera que no te pones cualquier cosa para ir, porque el espejo de allí también es mágico. Consigue que, mientras estás en pleno ejercicio, con el sudor cayendo a raudales por tu cara, te mires y empieces a pensar que sí puedes, que siempre acabas logrando terminarlo, y si no, ahí tienes a tu compi de batallas para reíros mientras suena un “¡Jeshuopá!” o un “¡Venga, tira, que queda poco!”.
Después de la indumentaria, el paseíto para llegar también es una delicia, como bien diría uno de mis alumnos, ya que empiezas a crear tales lazos de unión que quedas con tu amig@ para ir junt@s y poder quejarte de todas las agujetas que tienes de la sesión anterior. Porque aquí también hay una cosa clara: las agujetas no desaparecen nunca, y duelen músculos que ni siquiera sabías que tenías.
Llegar siempre diez minutos antes puntúa para el calentamiento. Las explicaciones no tienen desperdicio; siempre hay algún “desgraciad@” preguntando estupideces porque, claro, aún el C1 de crossfit no lo tenemos, y si esto sigue evolucionando, dentro de ná estamos, como mínimo, en los SWAT barbateñ@s. Y sí, seguiré preguntando si los saltos simples siguen contando aunque haga el doble.
Se inicia la cuenta atrás. “¡Quillo, la música!”. Ahora sí, 3, 2, 1… Mis neuronas hacen fundido a negro. Concentración máxima para contar repeticiones, pesos en la pizarra, controlar respiraciones, luchar contigo mism@ para conseguir algo que aún no eres capaz, pero que sabes que acabarás logrando, porque aquí la constancia es la mayor de las firmezas.
Se empieza a liberar oxitocina, tus neurotransmisores están al tope de trabajo, tu dopamina fluye y tus endorfinas siguen bailando al ritmo de “como una potra salvaje”. Ríes cuando quieres llorar, pero sigues. Sigues contando, y así, dependiendo del WOD, se repite una y otra vez durante cincuenta felices minutos en los que solo estáis tú y tu mente, fundidos en un@.
Y de repente, 3, 2, 1... ¡a recoger!
Y así, una semana tras otra, y que no me falte, porque es la mejor terapia a la que puedo ir cada semana. Aquí he aprendido a escucharme, a no ponerme límites en los ejercicios, a compartir momentos, a apoyar a quien viene tan perdid@ como yo lo estuve al principio, a alegrarme por lo que un compi consigue, porque sabes el trabajo que hay detrás, y, sobre todo, a aprender a quererme mucho más.
Es imposible no despedirme esta semana dando las gracias a mi grupo más top, que hace de los peores días las mejores noches (aunque ahora les tenga un poco abandonados). Incluso cuando hay que recoger todo el box, ¡porque recordad que las mancuernas, barras y discos no se guardan solas!
Gracias por cada palabra de aliento, por cada “sigue, que sí puedes”, por cada “¿cómo vas?”, porque son esas palabras cómplices las que hacen que, cada vez que tengo que ir, me salga una sonrisa. ¡Gracias!
¡Ah, por cierto, que se me olvidaba! También he ganado un pedazo de trofeo en metacrilato con una cartulina a color que dice: Tercera clasificada en categoría femenina de 30 a 40 años.