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Sevilla

104 Años de la muerte del Padre Tarín, “León de Cristo”

Lo mismo que con el Padre Tarín sucedió con el arzobispo Marcelo Spínola y con la fundadora Sor Ángela de la Cruz, los tres contemporáneos y símbolos de la Iglesia en unos tiempos conflictivos que ellos vaticinaron que terminarían en tragedia. Y así fue...

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  • Escultura y Mausoleo -

El día 12 de diciembre de 1910 murió en Sevilla en olor de santidad, el sacerdote jesuita y misionero Francisco de Paula Tarín Arnáu, considerado santo por el pueblo incluso antes de su muerte. Hace ahora 104 años y todos los días hay gente orando ante su tumba, en la iglesia del Sagrado Corazón de la Compañía de Jesús. Este año la concelebración de acción de gracias por el venerable Padre Tarín estuvo presidida por el Padre Anton Witwer, S.J., postulador general de las causas de los santos de la Compañía de Jesús. El templo se llenó de fieles. La alegría se reflejaba en los rostros de las personas. Todos tenían algo que decir sobre el Padre Tarín.

Lo mismo que con el Padre Tarín sucedió con el arzobispo Marcelo Spínola y con la fundadora Sor Ángela de la Cruz, los tres contemporáneos y símbolos de la Iglesia en unos tiempos conflictivos que ellos vaticinaron que terminarían en tragedia. Y así fue.

Los sevillanos de finales del siglo XIX y primeros años de la centuria anterior, pudieron cruzarse por las calles sevillanas con el Padre Tarín, el arzobispo Spínola y Madre Angelita. Los tres fueron amigos entrañables y admiradores de sus respectivas obras. Si Tarín vino a Sevilla de paso y, cuando conoció las realidades sociales sevillanas, decidió quedarse aquí a misionar en vez de seguir hacia África, logrando una vinculación con los ciudadanos más necesitados; monseñor Spínola consagró su amor a los pobres durante la terrible hambruna de 1905, cuando ya estaba gravemente enfermo; y Sor Ángela desde 1875, cuando fundó la Compañía de Hermanas de la Cruz, y se convirtió en referencia básica de la espiritualidad y de la devoción de los pobres. ¡Qué tres figuras ejemplares del verdadero sentido evangélico de la vida! Y los tres sufrieron la incomprensión de sus contemporáneos, los mismos que luego les consideraron santos muchos años antes de sus fallecimientos.

Tarín dedicó su vida a los más necesitados del barrio de San Roque. Cuando predicaba en la iglesia parroquial, los feligreses, casi todos obreros anarcosindicalistas, le sacaban en hombros y lo paseaban por la plaza de Carmen Benítez. Cuenta su biógrafo, José María Javierre, que “nada más conocerse la noticia de su muerte, las gentes comenzó a ir a la iglesia del Sagrado Corazón donde estaba expuesto su cuerpo. Más que un entierro, dice Javierre, parecía una procesión clamorosa y entusiasta. Llevaron el cuerpo del Padre Tarín descubierto, a hombros hasta el cementerio, entre gritos que le proclamaban santo, padre de los pobres, consuelo de los afligidos, apóstol de Cristo, León de Cristo...”

Cuando la comitiva llegó al cementerio, el gentío se opuso a que fuera enterrado, y pidió el regreso al templo. El regreso se hizo en la noche del día 14, con sigilo, y el cuerpo se depositó en una cripta en la capilla de Ánimas. Desde entonces su tumba es lugar de peregrinación para sus devotos, extendidos por Sevilla, capital y provincia, Andalucía, España y varios países hispanoamericanos.

El Padre Tarín fue declarado Venerable por el Papa Juan Pablo II, el día 3 de enero de 1987. Pero es importante subrayar, que el Padre Tarín, como Sor Ángela de la Cruz y el arzobispo Spínola, fueron considerados santos y venerados por el pueblo sevillano aún antes de fallecer, y por santos los siguen teniendo de generación en generación, una vez sometidos al implacable tribunal del tiempo. Santa Ángela ya fue beatificada en Sevilla y canonizada en Madrid por Juan Pablo II, y Marcelo Spínola beatificado en Roma por el mismo pontífice. Ahora le toca el turno al Padre Tarín, ya venerable, y santo para sus devotos. Con el paso de los años, lejos de decrecer, sus devotos se han multiplicado. Y hace ya 104 años de su muerte.

El Padre Tarín recorrió predicando más de media España. Desde 1883 hasta 1910, utilizando los medios de transportes propios de la España decimonónica, diligencias, mulas y caballos, a veces el precario ferrocarril, el misionero jesuita Francisco Tarín Arnáu recorrió las zonas más pobres de la España meridional, predicando y conociendo directamente las realidades sociales, económicas y culturales de la población. En Sevilla surgió la admiración por este sacerdote, llamado popularmente “El León de Cristo” por su fervor cristiano a favor de las clases sociales más desfavorecidas, luego convertido en devoción tras su muerte en olor de santidad.

Cualquier día de la semana y a cualquier hora del día que esté abierta la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús (calle Jesús del Gran Poder, 40), la capilla donde se encuentra el sepulcro del Padre Tarín, siempre tiene visita. Devotos que no pasan de largo por la puerta y entran a rezarle; gente que va expresamente a dar gracias por los favores recibidos, a depositar donativos e incluso a llevar ramos de flores. A pedirle devotamente.

La vinculación sevillana del popularmente conocido como Padre Tarín, comenzó en 1883, cuando vino por primera vez a predicar y tuvo oportunidad de apreciar la extrema pobreza e indefensión que afectaba a la población obrera que conoció en las parroquias de San Roque y de San Benito del barrio de la Calzada. Dedicó atención especial a los tuberculosos, enfermedad muy extendida y endémica en nuestra ciudad entre las obreras de las fábricas textiles, los almacenes de corcho y de aceitunas, las fábricas de fósforos, de loza, de sombreros y gorras y de tabacos. En realidad toda la población sevillana residenciada en las zonas más bajas de la ciudad sufrían de tuberculosis, reuma, hepatitis y fiebres malarias, como consecuencia de los azotes ancestrales de las riadas del Guadalquivir y de los arroyos y zonas rurales que circundaban el Norte urbano. Tarín contó para la tarea de atender a los enfermos con un grupo de personas entregadas en cuerpo y alma a los pobres, atraídos a la causa después de escucharle los sermones y verle trabajar con tanto entusiasmo como entrega al prójimo.

La enseñanza de los niños pobres fue otro de sus frentes. Sobre esta tarea, Manuel Siurot, escribió el siguiente párrafo: “Aquella voz afónica de trabajar en la predicación, aquellos ojos martirizados de no dormir, aquella frente alta y ancha... Es el aliento de Dios que pasa, pensé yo. El Padre Tarín pensaba, como no tienen más remedio que pensar todos los que quieran ver claro, que la propaganda por medio de la escuela y en la escuela es la característica de nuestro tiempo [...] No existiendo el hogar cristiano, hay forzosamente que sustituirlo en la escuela cristiana”.

 

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