El 3 de diciembre se dedica a poner el foco mediático en el mundo de la
“discapacidad”. Un día reivindicativo de las muchas
“brechas o barreras”, no todas, ni precisamente digitales aunque también. Una ocasión, también, para publicitar los “logros” en materia de cooperación que las iniciativas solidarias y ciudadanas han generado. Piensen Vds. que sería de los casi 4 millones de personas oficialmente calificadas de “discapacitadas” sólo en este país, si no existieran esas organizaciones y asociaciones que dedican todo el año a resolver problemas tras problemas. La sociedad tiene una inmensa deuda con los cientos de miles de personas voluntarias, anónimas, que ofrecen altruistamente parte de sus vidas, muchas de ellas toda, para ayudar a quienes por sí no podrían sobrevivir.
Sin pretender quitarle un gramo de protagonismo a la “discapacidad” oficial, se podría buscar la existencia del día internacional del “capacitado”. Pues va a ser que no. ¿Será que capacitados, capacitados de verdad, no hay nadie? ¿Quién no está discapacitado? Y aquí conviene reflexionar sobre el alcance de las palabras, porque a través de ellas se difunden o se inoculan, depende la intención, los virus ideológicos, que en bastantes ocasiones sanean las consciencias y permite a las gentes “capacitadas” estar agradecidas por serlo.
El diccionario de la Lengua define “discapacidad” como
una situación donde “la persona que por sus condiciones físicas o mentales
duraderas se enfrenta con notables
barreras de acceso a su
participación social”. Un concepto muy, pero que muy amplio que de aplicarse a la población en general arrojaría cifras impresionantes de personas discapacitadas. Y es que una de las claves está en la palabra
“barreras” porque como las ciencias avanzan cada vez a mayor velocidad y profundidad muchas barreras, de hace 40 o menos años, han dejado de serlo. La tecnología permite que muchas personas etiquetadas como “discapacitadas” tengan acceso a la participar social, política y económicamente. Estas personas, antaño candidatas a la “discapacidad”, han superado con creces, no ya su “discapacidad”, sino que son muchísimo más capaces de los considerados “capacitados”.
Otra de las claves se encuentra en las condiciones físicas o mentales “
duraderas”. Porque si esas condiciones no lo son, aunque una persona pueda vivir “discapacitadamente durante decenios” nunca podrá ser etiquetada de “discapacitada” y por tanto no será digna de recibir ayudas. En el mundo de la Educación, hace tiempo se utiliza el concepto de Necesidades Especiales, y hasta no hace mucho se diagnosticaban y censaban las necesidades especiales debidas a déficits socioculturales. Consecuentemente se aplicaban recursos humanos y materiales para atenderlas. Desde hace dos décadas ya no. Y siguen existiendo esos déficits socioculturales que actuan como “barreras” reales que impiden a millones de personas en este país su
participación social.
Desde el ámbito político, que debería pretender hacer posible lo necesario, se crean “censos” de “discapacitados” y como la línea divisoria es muy, pero que muy fina, se aplican técnicas de selección, para establecer los porcentajes de “discapacidad” y en función de lo que se pretende “gastar”, presupuestariamente hablando, se establezca el porcentaje que legitima dejar sin ayudas a quienes “discapacitadamente” viven y que son bastantes millones más que los casi 4 millones oficialmente reconocidos. El establecer categorías que fragmentan a la población siempre ha sido una estrategia del poder. Los poderes públicos tienen obligación de atender todas las necesidades esencialmente humanas, pero como no se está en ello, legitiman los repartos presupuestarios dando ayudas a unas personas si y a otras no. Lo más probable es que quienes deciden políticamente como se recauda, recogiendo más, mucho más, de los que menos tienen, y como se “gasta” lo recaudado, dando más a quien menos necesita, esten demostrando que hoy puede ser su día.
Fdo Rafael Fenoy Rico