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Jueves 02/05/2024  

Sevilla

Adiós a Antonio Burgos, compañero y maestro

Antonio hablaba del "teletipo de las amapolas" cuando una noticia corría como pólvora encendida por el primitivo sistema del boca-oído...

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  • Antonio Burgos, junto con uno de sus gatos, delante de su biblioteca. -

Antonio hablaba del "teletipo de las amapolas" cuando una noticia corría como pólvora encendida por el primitivo sistema del boca-oído, tecnológicamente amplificada después por el teléfono, y llegaba antes al conocimiento público que a la Redacción del periódico mediante, en nuestra época (años 70 del pasado siglo), los teletipos de las agencias de prensa. Hoy, 20 de diciembre (2023), ha hecho de teletipo de las amapolas WhatsApp (Antonio habría escrito WhatsApp, o ni siquiera eso, para a continuación añadir "pronúnciese Guasap") difundiendo entre los compañeros de la antigua Redacción de ABC de Sevilla en el número 9 de la calle Cardenal Ilundáin un escueto y triste mensaje: "Ha muerto Antonio Burgos".

Creo que Antonio, con su fina ironía sevillana, se habría tomado a guasa que haya sido Guasap la aplicación, red social o como quiera llamársela, que haya hecho de tam-tam digital para anunciarnos a los viejos miembros de la Galaxia Gutenberg -la de las linotipias, el plomo fundido, el tipómetro, el papel pochteca y el papel cristal del huecograbado- la noticia de su fallecimiento.

En mis tiempos de estudiante de Periodismo en Madrid yo ya admiraba a Burgos por sus trabajos en Triunfo, la revista que leíamos quienes nos considerábamos progresistas en medio de una Dictadura retrógrada, y libros pioneros en el despertar del sentimiento andalucista, como ‘Andalucía, ¿Tercer Mundo?’.

Cuando, como era costumbre en nuestro gremio, llegó la hora de solicitar prácticas en verano en algún periódico, no sé cómo conseguí que él me recibiera en la planta alta del edificio de ABC, donde habían montado la Redacción de un vespertino llamado ‘Informaciones de Andalucía’ y que lo había fichado procedente de las Tres Letras (pronúnciese ABC) para ejercer de redactor jefe y con Guillermo Medina, que si no recuerdo mal acabó de diputado de la UCD de Adolfo Suárez, como director.

Antonio se comprometió a aceptarme como discípulo en el inminente verano del año en que su Betis (pronúnciese CurroBetis, acuñación suya) ganó la Copa del Rey con aquel penalty que el portero vasco Esnaola le paró a su colega Iríbar, del Atlético de Bilbao, en la final en Madrid; y yo le prometí una crónica del homenaje al historiador zalameño Antonio Ramos Oliveira, muerto en el exilio de México, que por entonces estaba organizando en mi pueblo.

Y cuando me despedía le comenté:

-Entonces, ya no hace falta que escriba a ningún periódico pidiendo prácticas, ¿no?.

Él se quedó dubitativo unos segundos y me respondió:

-Bueno, manda la solicitud a ABC, por si acaso.

Ocurrió que a ‘Informaciones de Andalucía’ le dieron el cerrojazo y Antonio se vio en la calle. Lo rescató para ABC su antiguo compañero y luego también mío, Nicolás Salas, al que no muchos meses antes Guillermo Luca de Tena (pronúnciese don Guillermo) había nombrado director de la edición sevillana.

Nicolás, que tomó el camino de las estrellas un lustro antes que ahora Antonio, había colocado en su despacho una bandera de Andalucía y enmarcado en la pared un escrito de puño y letra del dueño de Prensa Española que decía ‘Autonomía, siempre’, como promesa y prueba de que el de Sevilla funcionaría como un periódico independiente de ABC de Madrid, por más que pertenecieran a la misma empresa y llevaran la misma cabecera.

Salas no sólo rescató a Burgos del paro tras su frustrada aventura en ‘Informaciones’, sino que al poco lo nombró redactor jefe de ABC de Sevilla, como recordó el propio Antonio, que ha sido un maestro en prácticamente todas las facetas del periodismo y, especialmente, en escribir artículos necrológicos. Entre las demostraciones de ese magisterio figura el que le dedicó a aquél, con el título ‘Gracias, director, Nicolás Salas’. Y otros en memoria de compañeros comunes como Manuel Lorente, al que recordó como el inventor del tinto de verano; a Manuel Olmedo, que se ponía a cantar zarzuela en la Redacción, parodiando el árabe del Rift; o el conmovedor hasta los tuétanos a Joaquín Caro Romero durante el entierro de su hija.

Pero antes de que fuera nuestro redactor jefe, Antonio pasó el mal trago de reingresar como mero redactor de a pie en ABC tras el fracaso del ‘Informaciones de Andalucía’, que a lo sumo duró seis meses en los kioscos; y reingresó el mismo día en que gracias a aquella providencial carta que me recomendó escribir pidiendo prácticas, entré yo por las puertas de la mítica Redacción como estudiante que recién había terminado el tercer curso de la carrera, el 1 de julio de 1977.

¡Y nos sentaron el uno al lado del otro! El maestro y el discípulo. Parece que todavía lo estoy viendo, con unos pantalones de pana, un jersey amarillo de pico, sin barba aún, con media melena y su escrutadora mirada. Y cuando le pregunté qué tenía que hacer, me respondió:

-Yo he entrado hoy, al igual que tú, y también al igual que tú estoy a la espera de las órdenes que me den.

Así que siempre tuve a gala poder decir, sin faltar a la verdad:

-Antonio Burgos y yo nos incorporamos el mismo día a ABC.

No tardó mucho, otorgada la plena confianza de Nicolás Salas, en darnos órdenes a todos los que, en calidad de redactores o de auxiliares de Redacción, nos sentábamos ante aquella larga mesa de madera en medio de la Redacción que había tallado un escultor vasco, Oteiza, si no me falla la memoria.

Antonio, que honraba siempre a su madre (la llamaba «la zapaterita», por regentar una tienda de calzado) y a su padre (lo denominaba «el alfayate», cultismo por sastre), era un proustiano sevillano que llevaba a gala haber nacido y vivido frente a la Catedral y jugado de niño en el Patio de los Naranjos y en los Jardines de Cristina. Supo como nadie trasladar al efímero papel de periódico sus vivencias, como el becqueriano poeta Rafael Montesinos o el médico hijo de otro poeta de la generación del 27 y con su mismo nombre, Rafael Laffón, autor de la deliciosa ‘Sevilla del buen recuerdo’.

Nicolás Salas quiso dar un nuevo impulso a un artículo diario sobre la ciudad que, en forma de recuadro llevaba el título clásico de ‘Sevilla al día’, el cual encomendó de forma alternativa a Antonio Burgos, Manuel Ferrand y Joaquín Caro Romero. Al final, Antonio quedó como único espada en el redondel periodístico y el ‘Sevilla al día’ pasó a ser conocido, y archi reconocido, como ‘el recuadro de Burgos’, convertido de hecho en el cronista de Sevilla. Y como todo el mundo comentaba el recuadro y todos sabían de qué recuadro se trataba, el ‘Sevilla al día’ se convirtió en el Recuadro por excelencia. Creo que pocas veces un periodista ha sido identificado de tal manera con un género periodístico hasta el punto de convertirlo en su marca profesional. Decir recuadro era decir Antonio Burgos, y viceversa.

-¿Cuál es la fórmula del éxito del recuadro, Antonio?, le pregunté una vez.

-Trivializar lo serio, me contestó.

Burgos llevaba consigo una libretita que podía sacar en medio de una charla aparentemente insustancial y espetarte:

-Me lo apunto para el Recuadro.

Para halagarle, algunos le sugerían ideas para su artículo, pero podía ocurrir todo lo contrario a sus propósitos, porque su inesperada respuesta podía ser del siguiente tenor:

-No lo veo para el Recuadro, pero podría ser un tema para el periódico, así que redacta un informe tú mismo.

Y salían maldiciendo de su despacho.

Antonio Burgos, junto con uno de sus gatos, delante de su biblioteca

Él decía que escribía el artículo a modo de ‘footing’ matutino. Al igual que otros salían a correr a primera hora de la mañana para distender los músculos, Burgos hacía su particular gimnasia mental pasando revista a Sevilla mediante la letra impresa.

Un día, estando a media tarde en su despacho acristalado que le habían montado en una esquina de la Redacción, acabé ayudándolo a escribir uno de aquellos afamados artículos. En aquel tiempo, el entonces presidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla, ‘Pepote’, decidió crear Canal Sur, la televisión autonómica andaluza, que tuvo por lema ´La Nuestra’ pero que por las razones que fuera retransmitía más partidos del Fútbol Club Barcelona que de los clubes andaluces.

Comentando con Burgos, tan andalucista él, aquella paradoja o contradicción de que ‘La Nuestra’ funcionara en lo deportivo como el segundo canal de TV3, la televisión de Cataluña, sobre la marcha a Antonio se le encendió la bombilla de dedicarle al asunto un recuadro. Se abalanzó sobre la máquina de escribir y empezamos a intercambiar ideas, que él trasladaba al papel.

Hicimos una parodia de una programación de Canal Sur íntegramente dedicada al Barcelona y a todas sus secciones deportivas, desde el baloncesto hasta el hockey sobre patines. La carta de ajuste pudo haber sido el escudo del club catalán, que años después, por la misma forma de su rostro, inspiró el apodo que le pusieron a Chaves de ‘cara Barça’, y la emisión se habría cerrado con el himno del Barcelona que musicó Manuel Valls, tío del político del mismo nombre, con aquella letra que hablaba de la ‘gent blau-grana’. Antonio y yo nos lo pasamos pipa, y así me dio motivo para poder decir:

-Yo escribí un Recuadro con Antonio Burgos.

No se puede caer en el error de reducir a Burgos a la condición de un mero periodista y escritor costumbristas. Antonio era un periodista integral, que hasta alardeaba de poder crear un periódico entero desde cero, ya que durante años fue confeccionador (lo que luego se conoció como maquetador o diseñador) de ABC. Tenía una facilidad impresionante para captar la esencia de la noticia. En una sequía como la actual hubo que publicar una información sobre los problemas de abastecimiento del pueblo de Castilblanco, a cuyos vecinos tenían que abastecer con camiones-cisterna. Redacté un título informativo, de esos que cubrían cuatro columnas de una página. Burgos lo vio y lo cambió, resumiendo de esta forma magistral el asunto:

-Castilblanco, de los Arroyos y sin agua.

Ahora que tanto se habla de la adulteración de la avenida de La Palmera con la construcción de esas moles en forma de residencias universitarias y de la pérdida de otras señas de identidad arquitectónica de Sevilla, quizás muy pocos recuerdan la imponente labor que en defensa de nuestro patrimonio histórico-artístico y del que él denominaba inmaterial (las costumbres, los ritos) hizo durante años Antonio con una página gráfica (pronúnciese huecograbado) titulada ‘Casco Antiguo’, escrita con el pseudónimo Abel Infanzón. Burgos no sólo fue el Recuadro, sino también el ADEPA de su tiempo.

Sevillano del Arenal y andaluz a marcha martillo (triunfó periodísticamente sin irse a Madrid, pese a las oportunidades que le brindaron de emigrar a la capital de España), Antonio me contó una vez que fue él quien convirtió al andalucismo a Alejandro Rojas-Marcos cuando éste le preguntó qué significaba una bandera que el periodista tenía colgada en una pared de su casa. Era la blanca y verde, los colores ideados por Blas Infante para una bandera como la que en manos de otros infantes portó su hijo, Fernando Burgos, por la avenida de la Constitución en la histórica manifestación del 4 de diciembre de 1977 reivindicativa de la autonomía de Andalucía.

Podría extenderme y extenderme contando recuerdos y vivencias con Antonio y hablando de su poliédrica figura, desde las Habaneras de Cádiz hasta su biografía de Curro Romero y su amor por los gatos (Rómulo y Remo), pero no quiero acabar pareciendo como el personaje de su novela ‘El contador de sombras’ hablando una y otra vez del pasado, obra por la que quisieron procesarle los nostálgicos del antiguo régimen.

El Guasap de las amapolas decía que Antonio Burgos ha muerto, pero no es del todo cierto. Burgos, en realidad, ha ascendido a esos mismos cielos literarios que Joaquín Romero Murube, Rafael Montesinos, Juan Sierra, Rafael Laffón y otros escritores que ya son clásicos sevillanos.

Y, según la definición popular, clásico es lo que perdura para siempre.

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