El liderazgo de las mujeres también está ligado a la paz. ¿Cómo no reconocer y aplaudir, para que al menos sirva de referente, la obra pacifista de tantas mujeres en los diversos contextos culturales?. Me parece, pues, todo un acierto la decisión de otorgar el Premio Nobel de la Paz a la presidenta de Liberia, Ellen Johnson Sirleaf; y a las activistas Leyman Roberta Gbowee, también de Liberia, y Tawakul Karman, de Yemen. Es una gozosa noticia que bien vale la pena celebrarla y difundirla. El agradecimiento es la parte principal de un hombre de bien, dijo Quevedo, sabedor de que sembrando bienes encontramos nuestro propio bien. Pienso, en consecuencia, que es muy saludable para toda la humanidad agradecer y ser agradecidos; agradecer el gran papel que desempeñan las mujeres cultivando ese liderazgo silencioso, con mil trabas en demasiadas ocasiones, pero que persisten, y, por ello, estamos obligados a corresponder con el aplauso a su entusiasmo pacifista. En este sentido, subrayo lo que dijo el Secretario General de Naciones Unidas, Sr. Ban ki-moon: "El premio no podía ir a mejores manos". Estas mujeres acrecientan el ejemplo de mujeres que han sabido afrontar con éxito difíciles situaciones de explotación y violencia, y creo que la concesión del Nobel hará reflexionar al mundo sobre el papel indispensable de la mujer en el mundo de hoy. Necesitamos de sus voces como jamás.
Pienso también en el liderazgo de las mujeres rurales; depositarias de tantas luchas por la supervivencia a través de sus conocimientos tradicionales. Considero, igualmente esencial, celebrarlo el quince de octubre con todos los honores y glorias, como reconoce Naciones Unidas, desde la perspectiva del reconocimiento a su generosidad y grandeza. Ellas son las productoras de la mayoría de los alimentos del mundo, pero casi nunca se les corresponde con la gratitud; suelen ser agricultoras y ganaderas, y a la vez, las encargadas de los cuidados y de la administración del hogar. Ellas son las grandes heroínas de poner paz y una sonrisa en las familias, pero tampoco se les suele corresponder con la ofrenda del aplauso. Ellas son, en suma, la fuerza laboral agrícola en gran parte del mundo en desarrollo, y, consecuentemente, son las primeras que contribuyen a la seguridad alimentaria. Por consiguiente, creo muy importante apoyar el papel de estas mujeres de ámbito rural, sobre todo asegurándoles a sus hijos la educación primaria. Es la mejor forma de reconocerle su entrega al duro cultivo de los frutos de la tierra, librando a la humanidad del hambre.
Las mujeres y los hombres, en plena igualdad, han de liderar unidos el cambio en el mundo, poniendo fin al cáncer de la violencia de género. Para dolor de la especie humana, a muchas mujeres y niñas se les sigue privando del derecho a vivir libres de toda discriminación, violencia y pobreza. Por estudios realizados, se sabe que los países con una mayor igualdad de género tienen una economía más saneada y un crecimiento más generalizado y menos excluyente. Mal que nos pese, el liderazgo de las mujeres es vital si queremos salir de la actual crisis mundial. A propósito, convendría reflexionar sobre la idea vertida por otra de las líderes, Michelle Bachelet, que apunta a la fortaleza de las mujeres, a la tenacidad de las mujeres, y a la sabiduría de las mujeres como el recurso más desaprovechado por la especie humana. Evidentemente, el desafío consiste en mostrar cómo este recurso puede ser utilizado de una manera efectiva que nos beneficie a todos y a todas, es decir, a la humanidad entera. También es público y notorio que allí donde las mujeres están plenamente representadas, las sociedades toman una perspectiva más pacífica, más segura y, por ende, más humana.
Hombres y mujeres deben poder optar a la emancipación humana en plena igualdad. La mujer lo suele tener arduo en numerosas naciones. Es ineludible, luego, estudiar a nivel global, modos de trabajo que propicien la inclusión, de manera, por ejemplo, que la maternidad no implique para la mujer una exclusión automática e injusta del trabajo. A mi juicio, hay que empezar recuperando la dimensión femenina en todas las culturas y ponerla realmente en práctica. Frente a tantos retos de nuestro tiempo, tan corruptos de amor y tan crecidos de tensiones, estimo más urgente que nunca la manifestación del liderazgo de las mujeres, que asegure en toda circunstancia la sensibilidad por la vida y la pasión por sostener el esfuerzo de construir la convivencia bajo el signo de una dignidad mundializada, no tanto en el feminismo ni en el machismo, sino en el ser humano como persona.