Nombres como Monet, Renoir, Sisley, Pisarro, Cezanne, Degas están presentes en la que, sin duda, va a ser la exposición de la temporada, pero no sólo por la posibilidad de contemplar las pinturas, de las que al menos veinte son obras maestras absolutas, sino por el planteamiento de mostrar el nacimiento del mundo moderno de una forma más generosa.
El pífano de Manet y la impresionante Composición en gris y negro de James Abbott McNeill Whistler dan la bienvenida al visitante de Impresionismo. Un nuevo Renacimiento, que se podrá contemplar hasta el 22 de abril, y que ha sido posible gracias a las obras de modernización que se están llevando a cabo en el Museo D’Orsay.
Los comisarios Pablo Jiménez Burillo, director del Instituto de Cultura de la Fundación Mapfre, y Guy Cogeval, presidente del D’Orsay, han planteado un recorrido en el que se pueden observar algunas de las mejores obras impresionistas junto a pinturas académicas que se exhibieron en el Salón de París.
“La historia fue más complicada de cómo se presenta habitualmente. Muchos artistas intentaron sobreponerse al nacimiento del mundo moderno, a una realidad cambiante”, según Jiménez Burillo.
En este sentido, explicó que el impresionismo y su afán de transformación no supuso una ruptura radical con el arte tradicional y académico.
El recorrido de la exposición empieza en Manet y termina en Manet, “el gran pintor del momento, el que más va a influir, el que ha descubierto la pintura española, a Velázquez, y una vía de renovación de la pintura”.
Manet presenta las obras en el salón, pero, a la vez, se convierte en el gran animador del nuevo grupo con el que, sin embargo, nunca quiso exponer.
En opinión del comisario, el Impresionismo fue un Renacimiento ya que había necesidad de refundar la pintura y mirar a los maestros antiguos “como a un igual”.
Un primer espacio, presidido por el gran retrato del general Prim, pintado por Henri Regnault, marca la importancia de lo español en París. Debido a su gran tamaño, la obra ha permanecido durante los últimos quince años en los almacenes del Museo D’Orsay y “retorna a la vida” por primera vez en esta exposición.
Las pinturas reunidas en torno a La Escuela de Batignolles muestran las primeras tentativas de formación de un grupo de vanguardia. El gran cuadro de Fantin-Latour así titulado coloca a Manet como centro del grupo, mientras que el El taller de Bazille, y los retratos de Renoir, Bazille o Monet, realizados entre ellos, muestran la connivencia del grupo.
El año terrible (1870-1871) hace referencia al momento histórico dramático en el que surge el Impresionismo, con la guerra franco-prusiana y un mundo que se acaba. La verdad de Lefebvre, y obras de Pierre Puvis de Chavannes, Georges Clairin, Gustave Doré, y Ernest Meissonier ilustran este espacio.
El recorrido por la segunda planta se inicia con Realismos: el legado de Millet y Coubet donde junto a pinturas de estos se muestra una de las obras “más importantes de la exposición”, en opinión del presidente del Museo D’Orsay: Acuchilladores de parqué, de Gustave Caillebotte.
Tras El Salón: antiguos y modernos, la exposición aborda varios de los espacios más brillantes con la renovación del clasicismo de Degas y sus instantáneas de la vida moderna, entre las que se encuentra La clase de danza.
Los impresionistas clásicos están representados por Monet, el rigor compositivo de Sisley y la sensualidad de Renoir, del que, entre otras, se exhibe El columpio.